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INGRÁVIDO: MEMORIAS TURÍSTICAS

Trenes II

Trenes II

Cuando afirmo que no me gustan los trenes hablo de mi experiencia en el AVE, o en esa elegía que titularon TALGO. Por suerte, ya no tildo de fascistas a los fascistas de Renfe cuando no encuentro un billete. Pero persiste mi fobia. El tren es el espasmo de las articulaciones que no pueden estar quietas. Denuncio la violación sistemática de vagones, y el desgarro de puertas automáticas, por parte de algunos (muchos) viajeros. Violando sueños, y paisajes repetitivos. Mancillando lecturas, y la esperanza ingenua de tranquilidad. Es la fobia a las conversaciones telefónicas, cuyo objetivo es evitar el diálogo interior; a los que me hacen partícipe de los números y porcentajes, órdenes y contraórdenes, saliva muerta antes de que el reloj esclavo marque el soul de las nueve. ¡Es una plaga! ¡Nokia proveerá! Resulta angustioso pensar en el tren. Incluso en el coche, o en bici, hasta en parapente. 

En el autobús, en cambio, suelen viajar inmigrantes, y pobres, y tontos idealistas como yo, y todos tienen poco qué decir. Aún cuando discuten con gordas mujeres, aún cuando comen y beben y eruptan, y se descalzan, y apestan, y apoyan tímidamente en tu hombro la cabeza, prefiero el autobús. Pero el cabrón es lento, y es costoso llegar a destino en esta era de la exactitud balística. ¡Viva el tren, entonces! Es, junto al avión- su encarnizado competidor- símbolo del progreso; excepto cuando la ruta final es Auschwitz o Guantánamo. Lo confieso: ayer viajé en tren. Y mi corazón bombea bajo un mono naranja. Y me crece la barba. Y vomito suras del Corán. Nokia es tu Dios interior. A peregrinar al fiordo.

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